La noche no tiene luna y El Corte Inglés no tiene lo del invierno todavía. Qué pena, con la ilusión que me hacía a mí ir hasta allí y comprarme un abrigo aunque no lo necesite, sólo por vérmelo puesto a ver si me parezco a alguien porque yo no soy yo, yo sólo quiero ser aquello que veo, aquello que imito con todas mis fuerzas de maruja ignorante. Pronto vendrá el invierno y quizás me echen de casa porque con tanta terracita del verano me he fundido todos los ahorros. No sé qué dirá mi marido pero están tan buenos los croisants del Alaska, así por la mañana, antes de entrar a alguna tienda a comprar qué sé yo, un bañador, una fregona aunque ya tengo tres o un esfoliante de mi piel sensible. La mujer se miro en el espejo y dejó ver en él una cara estólida y vieja por no haber leído libros, no haber pensado más allá de los precios del Corte Inglés y haber criado a un niño que no quería más que patatas fritas a todas horas, patatas fritas, patatas fritas, patatas fritas.
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