Primero arruinó a sus padres. Después arruinó a sus abuelos. Quiso arruinar a un tío suyo pero supo darle largas. Entonces probó con sus amigos pero huyeron de él. No eran sus amigos. Sus fiestas no tenían fin. Los coches que compraba cada vez eran más rápidos. Los viajes eran cada vez más exóticos. Se estaba quedando solo con su dinero. En el fondo era muy pobre, pero sus camisas decían lo contrario a la gente.
Poco a poco, tuvo una piedra por corazón. Se portaba con un egoísmo cruel como la primera vez que maltrató a su padre y convirtió a su madre en su esclava.
Se le ve siempre por las mejores zonas, de compras, de coctail, impresionando como el trueno, preocupado por dar el pego.
Sus maneras ocultaban litros y litros de hipocresía que le corrían por las venas. El que no le conocía bien decía que era muy agradable. Sus víctimas sentían temor al recordarle.
Fue siempre muy sutil pero latía en su corazón el pulso del psicópata. Frío, calculador, nunca decía una palabra que no tuviera un beneficio o rebajara al que tenía enfrente.
Dejó casi de hablar, se movía como un reptil, todos sus gestos recordaban el movimiento lento de los ofidios.
Olía el dinero, pasó a ser su lenguaje más reconocible pero nunca tuvo la ambición de ganarlo, sino de exigírselo al débil.
Lo fue perdiendo todo para ir ganando sólo él. Impresionaba verle entrar en la discoteca de moda vestido como mandan las revistas de élite.
Ya no supo ganarse la confianza de nadie. En su trabajo era eficiente, de gestos expeditivos. Los monosílabos le ayudaban mucho a no decir nada y nunca dio una respuesta clara a lo que se le preguntaba.
Llegó un momento en que nadie que le conociera sabía cómo era su vida. Era un cofre lleno de egoísmo con más llaves y candados que su propia mente enferma.
No supo nunca hacerse viejo. No se supo hacer querer. En realidad, solo le quiso su familia hasta que cumplió quince años y empezó su dominio frío y fiero.
Cuando estabas cerca de él, su cuerpo no decía nada, su boca no decía nada, su mente no estaba allí contigo.
Aún no ha muerto pero lleva mucha muerte encima. Camina pausado, su mirada es fría, sus gestos lentos y desdeñosos evitan una comunicación real. Viste muy bien. Es lo mejor que hace. Si te le encuentras, él será amable pero enseguida verás la falsedad que hay debajo de sus ropas carísimas.
Yo fui su amigo y desde que dejé de verle pienso en el asombro que se me quedó en el cuerpo por la naturaleza humana.
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