Este hombre que cruza la calle con la normalidad del que ha alcanzado la serenidad de ánimo adecuada para no preocuparse constantemente por su situación se dirige a tomar un café a un bar cercano.
Se sienta en un taburete y por fin conecta con la esencia de los camareros que se ríen de forma regular por cualquier cosa que ocurre a su alrededor. Ahora se siente como ellos, con el espíritu alado del inconsciente.
Hacía mucho tiempo que no se sentía así, con ese leve sentir de estar viviendo solo porque sí, sin preguntarse el por qué de la existencia y da fe de que se siente muy bien, casi daría todo lo que tuviera porque esta situación continuara así hasta su muerte.
Paga el café, sale a la calle y por su cabeza ya no surgen ideas despreciativas del mundo que le tocó vivir y mucho menos ideas existencialistas del tipo qué sentido tiene esta vida que llevo o cosas así que son impedimentos de una mente sana.
Llega a casa, se fuma un cigarrillo y piensa: ¿es así la armonía que se respirará en el cielo?
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