El ir viendo que la gente es gilipollas según pasan los años es cosa muy común. Parece que nadie es capaz de conservar unos hábitos buenos inculcados por sus padres o por un par de profesores buenos que se tuvieron en la escuela.
El caso es hacer ostentación de unas cualidades pobres, que no entiende nadie como el orgullo adquirido a costa de haber hecho siempre lo mismo aunque aburra a los demás y lanzarlo estúpidamente a la cara del prójimo como si fuera una jactancia.
¿Es que no se dan cuenta esos fantasmas de que no nos importan sus aventuras sexuales de las que alardean hasta convertirlas en caricaturas o de sus logros profesionales que no dejan de ser más de lo mismo?
La gente lo que quiere en el otro es una conversación educada y respetuosa, no jueguecitos estúpidos como "yo he hecho", "yo soy tal" "a mí no me engaña nadie" y esas gilipolleces de niño que no ha crecido.
En fin, gilipollas los hay en todos los lados; parece ser que la habilidad que se impone estos días es saber evitarlos.
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