No estaba deprimido ni contento. Le daba igual que lloviera o que hiciera sol. Cualquier noticia le traía al fresco. Se sentía mal por no sentir nada. No sabía que tipo de anestesia vital se le había fijado en el alma. Tenía, eso sí, unas ideas difusas sobre viajar y cambiar el escenario habitual por el que caminaba todos los días.
Se estaba leyendo por las noches la historia del imperio austrohúngaro y esa historia le mantenía la mente encendida. Se agitaba un poco con la historia de reyes y conquistadores.
Desde que se jubiló por incapacidad su vida era monótona y al principio se le venían a la cabeza unas ideas negativas o unas pretensiones que no podían llevarse a cabo y se sentía algo frustrado y deprimido.
Ahora no sentía gran cosa, ni mala ni buena. Su mente estaba tranquila como un remanso de agua en el que no caía ni una piedrecita que agitara las aguas produciendo ondas.
Ya no añoraba los tiempos de trabajo en que estaba ocupado y se sentía capaz. Ahora no se sentía ni capaz ni incapaz.
Podría acometer cualquier empresa, podría recorrer el mundo.
Pero se le veía escribir en el ordenador sensaciones, ideas pobres y seguía sin sentir nada.
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