Hace ya tres meses que vinieron unos operarios y desmocharon totalmente los álamos que hay en mi urbanización jalonando la valla que delimita los bloques de pisos. Unas urracas querían hacer un nido en una intersección de ramas gordas justo a la izquierda de mi ventana donde yo escribo, pero, al quedar al aire esas ramas sin la protección de las hojas que haría al nido invisible, han desistido de seguir con la tarea de construir una vivienda a sus pollos, así que lo han dejado a medio hacer. A mí no me gustaba ese nido y mira por dónde, no ha tenido lugar la finalización de la tarea de las putas urracas por aquello de la poda masiva que relato. Son unos pájaros las urracas que me dan algo de mal augurio y asco. Sin embargo, este año no ha podido ser peor para mí (pero puede ser peor, no lo descartemos) porque el 31 de diciembre salí en ambulancia con mi hermano camino del hospital. Mi hermano tuvo que estar 15 días hospitalizado. Estuvo raro algunos días más en que yo no me podía separar de él. Luego vino lo de las llaves, enredo asqueroso protagonizado por mi hermana y mi cuñado, que si no hacen un poco el gilipollas no saben qué hacer y ahora, toma, el coronavirus y el gobierno Franquestein. Vaya una asociación de males para que no se resuelvan como Dios manda, sino como la chapuza que son ese gobierno. Y podría ser peor. No sé si las putas urracas me trajeron esa mala suerte o qué, pero todo lo que veo me da repulsión, angustia y mal yuyu.
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