Ayer estuve agotado, cansado y deprimido. Vagabundeé por casa como un espectro, como el gato negro de Edgar Alan Poe, como la bruja Lola y como mister Hyde. Me aburrí en cada rincón de la casa. Me tumbaba en la cama a cada rato y pronto me volvía a levantar, comía chocolate, maldecía mi suerte. Afuera, en la calle, hacía el día bonito y soleado para ir a pasear.
Las niñas de las terrazas de abajo chillaban, lloraban, etc. Luego, no sé qué vi de la tele que me puso peor: algo de los negros de Nueva York o los latinos, que se están muriendo. Salió una mujer peruana con su hija que se quejaba de que ya no tenía ahorros, de que no podía dejar a su hija en el parque, de que tendrá que trabajar y hacer frente al virus, etc. Me puse malísimo porque luego no hubo más que malas noticias de ancianos que habían muerto en residencias, en el parón económico, en el paro obrero, en los que habían muerto, en los que no tenían para comer en no sé qué barrio. Me tumbé en la cama. No quería más que dormirme y olvidar ayer. Hoy me he levantado mejor. Hoy no ha habido fantasmas, hoy es un día normal, un lunes de mierda, pero un lunes.
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