Ayer estuve nervioso, con la indecisión, la incertidumbre a cuestas. Bastó despertarme a las seis y media y beberme cuatro o cinco cafés para que mis sensaciones mentales fueran de zozobra, de malestar, de inquietud. Creo que yo no podría volver a trabajar en nada porque todo me haría sentir mal mentalmente, desde madrugar a pasar horas haciendo una labor no querida por mí. Con la pensión que cobro me he acostumbrado mal, como se puede decir, pues ya no sería capaz de incorporarme a una vida activa, una vida de trabajo.
Huele por la ventana a las hojas de los árboles que agita el viento. Corre una brisa fresca muy deseada, muy apaciguadora de pasiones malas.
El dolor de vivir está anestesiado por días que transcurren iguales en los que hay que hacer un mínimo esfuerzo para soportarlos. La vida transcurre bañada en cloroformo.
Me gustaría viajar, coger un coche e irme un día al norte y otro al sur o a otro punto cardinal para volver a los cinco días habiendo conocido plazas y palomas.
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