Ayer estuve a ver a mi amigo Antonio que estaba de capa caída. Acababa de llegar de Portugal. Se había hecho 2000 kilómetros y había estado con sus amigos portugueses y dado una conferencia sobre el portugués de frontera. Su deseo era irse a un pueblo pequeño, muy pequeño. Yo me alegré de haber ido a Madrid y ver la gente cómo va, como dice Rosendo. La gente va ya más concentrada y contenta, no con la mirada ida y huida de cuando la crisis. Me estoy leyendo "Hijos del mar" de Pedro Feijoo. Es muy buena. No hago más que llegar a casa y asirme a sus páginas como un desesperado a ver qué pasa con Don Simón el arquitecto y la rica familia Llobet.
En mi corazón sigo sin resolver una constante sentimental que a veces me trae amurriado y siempre confundido.
Es muy triste ver que la vida ha dado un vuelco feo y no ha arrojado más que arena y suciedad a los pies de uno.
De todas formas, yo creo que hay que confiar en el tiempo que todo lo tiene, como decían los griegos: cronos panta ejei. Y que hay que dar al carpe diem lo que es del carpe diem. Y ya se resolverá todo esperemos que para bien.
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