Una charla confortante en un bar puede componer cualquier espíritu en baja forma. La exposición de ideas, aunque sean vanas o irrealizables en la práctica, aunque sean ilusiones, forman una nubecilla agradable en el entorno amable que separa la barra del camarero y los clientes. Ese vapor hablado se extiende en el cerebro cuando ya salimos de haber mantenido una relación social libre y buscada y notamos que nuestra mente está más despejada porque hemos dicho lo que teníamos que decir.
Otra cosa es que nos quedemos a gusto del todo. No. Los problemas siguen ahí, acechándonos en cuanto los pensemos un poco pero, como ya digo, hemos dicho cosas que no teníamos otro lugar más apropiado donde decirlas que en esa despensa de bebidas donde a cualquier hora podemos entrar y encontrarnos con el interlocutor, sino benefactor que mire por lo nuestro, si conciudadano que nos ha escuchado poniendo atención y remedio pronto y sincero de nuestros reconcomios. El que al bar va y viene, dos casas mantiene.
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