Quizás la felicidad sea esa fierecilla que hay que sujetar a nuestro lado como si fuera un perrillo demasiado nervioso e inquieto que está a punto de mordernos. No somos amos de nuestra propia felicidad; ella viene así, de repente y como de muy lejos, como si no nos conociera, como si no fuéramos nosotros los agraciados con la sensación de bienestar vital que tiene lugar cuando ella sobrevuela nuestra cabeza por unos días o quizás por unas horas.
Pero somos nosotros los que la llamamos haciendo horas extras en la vida para que se nos recompense. Como si hiciéramos cestitos con mucho esmero para vendérselo a los guiris, así hacemos cumplidos a la vida para que la felicidad nos alegre el espíritu por un tiempo. O quizás es la fortuna la que se acerca a nosotros y nos toca con su dedo de oro para que todo fluya como la corriente de un río profundo y puro dentro de nosotros. Y así es la felicidad: un estado de semiinsconsciencia que nos alegra el corazón y pareciera que llevamos alas mientras caminamos nos da igual dónde.
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