El cutis bien tostado por el sol
de las dulces mañanas con la mano sierva del zoo de los milagros.
En el punto de mira del banquero
hay un león que paga toda la ruina de un país.
Las cuentas salen a dar un paseo para anochecer como elefantes.
Y hay uno en una casa olvidada que va pastoreando lentejas que pasan al estómago como un zumbido triste de avispas.
Suenan las cifras en el estúpido televisor para argumentar un aumento de peso en los sólidos abdómenes de directivos con el rostro de metal resonando impúdicos, resonando jetas, resonando los tímpanos del desahuciado.
Qué pena no hay guillotina para ciertos cuellos adinerados.
Qué pena que el dinero no sepa de penas.
Qué pena tener que esperar a una justicia que nunca llega.
Directivos de los bancos, !uníos! y comed una mariscada a cargo del ahorrador. Es lo propio de los tiempos aciagos estos. La vida padre, la ley del tutiplén sin cargos.
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