Pocos son los elegidos. Muchos los que hacen bulto en este mundo de Dios. Es como en una guerra: pocos son los generales y muchísima la tropa. ¿No conocemos el caso de aquel chico que iba para violinista, para baloncestista, para futbolista y, como dice mi madre, se quedó en los hilvanes? Así una legión de gente que parecía que en sus inicios despuntaba hacia algún sitio alto en el escalafón y se fue quedando mirando cómo su puesto presunto lo ocupan ahora otros.
No hay que preocuparse.
No hay nada como ser un gran ciudadano y ser conocido en la vecindad como el mejor vecino con el que nos hemos topado en la vida que igual te hacía un favor que tenía una conversación apañada para cualquier rato de esparcimiento. Esos son los héroes que casi nunca salen en la televisión. Pero están ahí. Y se pasa uno el rato divinamente con ellos sólo con que te cuenten alguna anécdota de juventud o el último desaguisado conyugal o la última ocurrencia de sus vástagos. La vida es así. Los generales se cuelgan medallas y a los ciudadanos nos cuelgan los cojones.
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