Por la calle, en tímidas y pasajeras olas
pasan los pensamientos y las horas
callados los dos como púdicos enamorados
que se besan con el jugo de las perlas.
Y me hallo yo también contando el tiempo
mirando al envidiado cristal de la ventana
hasta que la noche ha avanzado tanto
que el mar distante y placentero se asemeja a un puchero de garbanzos.
Y ya el sueño me atenaza y surge en mí
el tranquilo deseo de otro día
para ir haciendo de la noche que me queda
el descanso del día que me aguarda.
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