Hoy me he despertado a las doce. Lo que tengo que hacer son unas patatas con bacalao que tengo a mano en la cocina. Me da vergüenza despertarme tan tarde pero una vez hecho, ¿qué remedio hay? He perdido unas horas de lectura, unas horas de luz, unas horas de fumar empedernidamente, unas horas de reflexionar sobre el hecho de la ficción literaria, unas horas de lucidez que se han pasado al arrullo de las sábanas, tibias sábanas voluptuosas.
Si me hubiera levantado a las siete de la mañana, me hubieran sobrado horas en las que no habría hecho gran cosa que no fuera fumar y aburrirme.
Así, el reloj ya me mide la hora de hacer la comida, impetuoso, y pronto me pondré a hacerla.
Hace mucho tiempo que no madrugo pues no trabajo y recuerdo aquellos madrugones para acudir al instituto de enseñanza secundaria que solía estar lejos, en Getafe o en Alcalá de Henares. Qué tiempos aquellos, qué bonitos, qué cómodo el vagón del tren que me llevaba.
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