La vida nos toca muy de cerca cuando nos enamoramos, por ejemplo.
O cuando sentimos el agradable tacto del mar en el cuerpo por primera vez.
O cuando sentimos que una bala nos roza el cráneo cuando huimos en una guerra.
Hay muchas ocasiones (o muy pocas) en que la vida nos sorprende con su inmediatez majestuosa.
Cuando sentimos ese alcance edénico y vital, somos más hombres que nunca. Cuando todo depende de un sarnoso horario, somos más bestias de carga.
Yo pretendo vivir una vida de altura pero no alzo los pies del suelo.
Ojalá la vida me regale algún suceso divino con que poder sentir amor a la vida y a estar vivo.
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