Este era el chófer de un banquero que se enamoró de su hija. Pero el banquero dijo que la niña no debía tener relaciones con la plantilla. La niña insistió un poco pues ella también estaba un poco enamorada del chófer. El banquero despidió al chófer y este se compró un taxi.
Una noche de sábado después de que el taxista ya estuviera casado y con dos hijos le tocó recoger a la puerta de una discoteca de moda a la hija del banquero borracha perdida.
Al recuperarse un poco de la borrachera y al reconocerlo, la hija del banquero le preguntó qué tal le iba y el taxista respondió que iba tirando.
La carrera hasta el chalet del banquero se hizo en silencio, un silencio que bastó para que la hija del banquero saliera de su estupor etílico y el taxista recordara viejos tiempos.
La hija del banquero dejó buena propina pero no se acordaba del nombre del antiguo chófer, al igual que le pasaba al taxista, que le dio las gracias y siguió rulando por Madrid con un insistente recuerdo mientras atravesaba calles y más calles adornadas del neón multicolor.
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