Estoy rodeado de amigos que tienen un montón de horas sin saber qué hacer.
Yo escribo una novela de 4 a 6 de la tarde.
Estos amigos no han ejercido un trabajo durante mucho tiempo ni yo tampoco.
Por las mañanas no se me ocurre nada literario. No tengo la cabeza centrada a esas horas en que me levanto pero he trazado un plan de lecturas para la mañana.
No viajo. Debería viajar un poco como cuando estaba trabajando y daba vueltas por los barrios de Madrid.
Las mañanas son más azules, de un cielo claro como mi mente absurda y deshilachada. las lejanías que yo pretendo duermen más allá de mi ventana y quizá me esperan pero yo no doy ni un paso. Las nubes son como algodones que esperaran una herida, un rasguño o una brecha sangrante.
Deseo controlar lo que fumo para que sea poco.
Quizá la respuesta a todo lo que me pasa es un autobús con dirección allá lejos pero no saco el billete maldito.
Una mochila, una cuaderno y un boli y calles nuevas por las que andar y andar mirando cosas.
Esta tarde me espera la novela.
Después del café y la pequeña tertulia.
Sigo esperando. Esta espera quizá se resuelva en algún acontecimiento reseñable.
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