lunes, 17 de junio de 2013

Cada uno carga con sus preocupaciones. El estudiante, con sus libros que medio entiende y sus calificaciones que le atormentan. El oficinista, con sus números que cuadran o no cuadran y los plazos aterradores para entregar esos números. El albañil con el cemento, con los peones a los que manda, con el calor y el frío. Y así un sinfín de aconteceres que no dejan la cabeza ni el corazón en paz, siempre lleno de sobresaltos.

Pero, ¿y la madre trabajadora? Lucha en mil frentes abiertos un día y otro día porque si la casa ya es un trabajo fuerte y desproporcionado, el trabajo es otro.
Además, la madre carga con la tarea sentimental de que haya armonía en el hogar.
La madre quiere que sus hijos aprendan, que el marido la quiera o por lo menos que la deje en paz, que el hermano pequeño no dé celos al mayor, que el mayor madure, que todos se quieran.

Y encima, se levanta temprano para trabajar y en el trabajo, además de la tarea puede encontrar gente que la incordie, incluyendo los compañeros de trabajo.

Si el marido es compresivo, encontrará tiempo y ganas para ayudarla y para darle consuelo a la mujer trabajadora con la que está.
Si es un ceporro, no verá nada de los esfuerzos sentimentales y voluntariosos que hace su mujer y todo irá sin orden ni amor.

Bueno: como conclusión diré que si todos cumplimos la función que nos es dada, todo va sobre ruedas. Como haya uno que se descuerne y otro tumbado a la bartola o poniendo peguitas, todo se descalabra y vamos mal.

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