Iba Cervantes con el culo detrás y con la picha delante y se encontró a un moro con unos papeles y se los compró por un saco de higos.
¿Que había en los papeles?
Pues la historia del ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha, pero eso sí, en versión mora.
Así que Cervantes se lo leyó y en vez de los desiertos de Abu Dabi puso la meseta de la Mancha.
En vez de una mora que estaba buenísima y sensual, puso a la garrula de Aldonza Lorenzo, alias Dulcinea.
En vez del cultivado Mohamed Alí Suliemán puso al refranero Sancho Panza.
Y en vez del follador y enamorado Quijolín de la Picha Brava puso al loco de Don Quijote.
Con lo que todo resultó un bodrio y una mala imitación del original árabe en el que la mora sensual y buenísima folla como Dios con Quijolín de la Picha Brava y el cultivado Mohamed Alí Suliemán nos deleita con sucesos dignos de un Charlot antiguo y divertido.
Las arenas del desierto arábigo guardan el secreto de los personajes originales ya que Cervantes, el muy tuno, quemó los papeles del moro. Aún hay moros que recuerdan la belleza de Fátima de Bagdag, nuestra Dulcinea cristiana.
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