La quería ver desnuda. Su cuerpo había hechizado sus ojos hacía ya mucho tiempo que la veía por el Hospital. Era la enfermera más guapa de la planta. ¿Cómo haría para verla en cueros? El traje blanco ceñido dejaba ver unas pantorrillas a la vez fuertes y gráciles y la chaquetilla dejaba traslucir unos senos firmes como piñas dulces. Deseaba verle las carnes al aire, esas carnes tibias entre melocotón y manzana, entre miel y arroz con leche que cada vez que resbalaba por su ojos, su alma se electrizaba como los cables de la luz. Ella era el interruptor de su deseo. Tenía que verla desnuda, pero ¿la desnudaría él mismo o se desnudaría ella ante él?
Era un día de guardia y estaban los dos charlando. Sus ojos se extraviaban por su escote, por sus dos manzanitas golden y entonces ella dijo: Me quieres ver desnuda, ¿no? Ven conmigo. Y se fueron a una sala de rayos x donde ella se desnudó ante él del todo, enteramente, como el regalo más exquisito que hacérsele pudiera.
Era de su misma altura, morena. Sus caderas eran asombrosas por lo anchas y el ángulo que hacían con su vientre, escalofriante. Tenía el pubis alfombrado de azabache y el ombligo era una delicia. Las dos piernas, ni largas ni cortas, dulces como un regaliz y esos pechos tensos y menudos, dos ofertas de Dios.
La miró largo rato mientras sufría una erección. Ella dijo: "yo también quiero verte desnudo". Esto no entraba dentro de sus planes pero él también se desnudó. Todo su cuerpo lo afeaba la cicatriz enorme que le recorría desde el pecho al estómago. La herida estaba aún fresca. "¿Cuándo te dan el alta?" "Me han dicho que dentro de dos días". "Te dejaré mi teléfono si quieres verme otra vez desnuda cuando estés bien". "Vale" Se vistieron. El se fue a la cama y ella siguió con el servicio de enfermería. El paciente, aquejado del corazón, se puso a soñar tanto con ella encima de la cama, que se le abrieron todas las heridas.
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