Desde la ventana, la limpieza del azul del cielo en el atardecer no logra más que transmitir un frío gélido al igual que el turbio color de las nubes color ceniza o naranja pálido, reflejos de un sol baldío y débil que no da ya calor ninguno a la tierra.
Las sombras se adueñan tímidamente de los colores para envolverlos en una tristura de invierno gris y ajado, como despidiéndose de un día que no merece recordar.
El día se le ha pasado a Nadie pensando en una posible mejora de sus condiciones de vida, charlando con conocidos del tiempo y de la crisis, evidenciando que mañana seguirá siendo el mismo Nadie de hoy. Y sin embargo no se queja de nada, pues sabe que las quejas no se oyen ya por estos lugares que habita pues ya se han colmado los oídos de los vecinos de Nadie de quejas y tribulaciones hasta que se han vuelto insensibles a ellas. Ya no se admiten más quejas.
Y Nadie ha ido asistiendo al acabamiento del día mientras ahora mira por la ventana a ese día muribundo de ningún recuerdo. "Dan ganas de resucitarlo", dice Nadie por el día que se está yendo. Los árboles le han dicho con su lenguaje reposado: "No. Déjalo que se vaya, que se muera. La noche nos es más agradable que este día enfermizo y ruin." Y Nadie ha comprendido que lo que es, es y nadie puede cambiarlo.
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