Como una botella de vino somos,
nos van escanciando
y servimos de consuelo a borrachos
que no saben apreciarnos.
Al buen catador sin embargo
le parecemos algo
porque nos paladea, nos aprecia; incluso nos ama.
Y luego queda la botella
medio llena.
Aquel esplendor del vino
al que la luz del sol sacaba destellos
queda en unos sorbos últimos
y luego, en los posos de lo que fue la uva:
la vejez aúna lo postrero y lo sabio.
La última copa, el último brindis, el último trago
lo daremos sin querer o queriendo
pero recogiendo en la memoria todo el bien que hemos hecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario