Ya no me asombra levantarme tarde. Para lo que tengo que hacer... Lo he tomado como una costumbre. Una costumbre un tanto fea pues se dice que al que madruga Dios le ayuda aunque es un mero refrán que tendrá su contrarrefrán aunque yo no lo he encontrado todavía; podría ser: de grandes madrugones estamos hasta los cojones o algo así.
Lo que me asusta un poco es la inapetencia que he tomado a leer y a escribir, actos que me distraían siempre día a día.
He leído un artículo de Francisco Rico, eminente filólogo, sobre los papeles de Bárcenas. Dice que son falsos. Que se escribieron de una sentada. Cita el trabajo filológico que él tuvo que hacer para deducir la biografía de Petrarca. Petrarca lo que hacía es tergiversar su propia vida o la narración de su vida.
Bueno, el caso es que ayer estuve en el Kentuky, local al que voy los fines de semana y me aburrí sobremanera. Encima, un tipo al que conozco se portó de manera un tanto escandalosa a mi modo de ver. La verdad es que está un poco imbécil, le daremos de lado.
La novela que escribo se ha estancado de una manera persistente y he de buscar el modo de continuar con ella aunque sea de modo un tanto arbitrario. Necesito esas dos horas escribiendo cada tarde.
Supongo que me inventaré un personaje nuevo que meteré en la historia aunque sea de canto, para que la historia siga.
Los ejercicios domésticos como fregar, limpiar o cocinar también me entretienen un tanto, así que seguiré haciendo cargo de ellos porque no me sale ni una linea como Dios manda últimamente.
Como dice una canción de Serrat: me distrajo un vecino que también no hacía más que rascarse la cabeza. Así ando yo: rascándome la cabeza que es un primor.
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