lunes, 25 de febrero de 2013

¿De dónde sacaría Galdós esas historias, esos personajes, ese  lenguaje cervantino, ese universo novelesco tan embriagador que cuando te introduces en él, leyéndolo, te crees enteramente en él? Cuentan de él que se sabía capítulos enteros del Quijote de memoria. A los cinco años, ya era un pequeño prodigio. Lo que pasa es que en España, Galdós no tiene el aprecio que merece. Quizás Balzac, Sthendal o Víctor Hugo en Francia gocen de mayor aprecio por los franceses. No lo sé. Yo he leído algunas obras de Galdós. Su prosa te hace partícipe de la historia, es genial cuando te mete con sus descripciones en barrios de Madrid, contando costumbres de sus personajes, sus idas y venidas, sus vicios, sus virtudes. Ahora la literatura no es tan sabiamente abigarrada como la de Galdós. No es tan detenida, tan minuciosa, tan espiritualmente meticulosa. Ahora los personajes de la literatura moderna no parecen tener alma siquiera. Ni siquiera un vicio fortísimo que los condene o una virtud tan alta que los convierta en paradigma de la misma. Los personajes de hoy en día se mueven entre la gente sin un destino cierto, sin un norte, sin ninguna pasión. Son tan fantasmales como las cortas descripciones que no nos hacen vivir ni el alma ni el lugar del personaje. Viven los personajes hoy día sin una pluma enérgica que les dé vida o espacio en qué vivir.
Hoy, los personajes podemos ser tú o yo de lo aburridos que son.
Recuerdo a Benina de "Misericordia", a Torquemada, al niño de "Miau", a la de Bringas, a Fortunata, tan visible en la Plaza Mayor como Jacinta en el teatro. En fin, recuerdo escenas en que estos personajes brillan a la luz del ingenio galdosiano.
Si los comparo con personajes de Juan José Millás, los de Galdós brillan con luz propia, aunque los de Millás tengan más misterio novelesco quizás, como ocurre con los de Eduardo Mendoza, Delibes o Cela pero ninguno llega a la espiritualidad que alcanzan en manos del canario.
Uno lee Galdós y lee Madrid y lee vicios y virtudes humanas en descripciones psíquicas de un grado superior. En otros autores, esto se traduce en un deambular de sus personajes por un universo novelesco vacío de toda emoción. La psique de estos personajes no interesa, son como tú y como yo. Las descripciones de lugares, cosas y tiempos son menudencias comparadas con los esplendores galdosianos que sitúan la acción, que cuentan la acción, que nos ofrecen la acción con palabras tan expresivas como certeras. Pero nos muestran la acción completa desde la mente de los personajes a sus actos finales. Si comparo estos personajes con los de Eduardo Mendoza y no digamos con los de Zafón, se quedan muy cortos expresivamente hablando, aunque la trama quizás es más rebuscada, hay más crímenes, más misterios, más amoríos, etc. Así, en Galdós, en los amores de Juanito Santa Cruz con Jacinta y Fortunata, esa simple trama, vemos todo Madrid y vemos unos personajes que casi viven en él. Que digo casi, VIVEN EN MADRID. Los personajes de Cela con ser tantos, ninguno deja huella alguna. El Madrid pobre de la posguerra puede que sí. La Barcelona de Mendoza deja un tufillo a putas y gente de mal vivir pero no el olor profundo que deja Galdós con su pluma.
Que Galdós se tenga por un hombre antiguo y aburrido entre los estudiantes y lectores españoles no tiene ninguna base pues Galdós fue un hombre serio, profundo y de gran repercusión en la novela, haciéndola única para siempre, heredero siempre del lenguaje cervantino, sin experimentalismos ni modas raras.








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