Nadie ha tomado café en una cafetería pues ha amanecido sin leche ese lunes por la mañana. La madre de Nadie decía que los lunes son azarosos. Nadie, después de tomar café y constatar que su presencia en las calles es puramente formal (las calles parecen decir: hay uno más pisándonos), se ha dirigido al supermercado a por leche. Las expectativas de Nadie nunca se cumplen bien. Nadie nunca sonríe porque nada de lo que ve le hace gracia, Nadie se aburre enormemente este lunes gris, Nadie no parece tener tener fe en un futuro porque el futuro, ¿qué es? En fin, Nadie no es notado por nadie ni por nada, parece un espectro que anda de aquí para allá solitario y triste como cualquiera.
Cuando llega a casa se echa un cigarrillo y anda por la casa encendiendo el televisor, encendiendo el ordenador, encendiendo otro cigarrillo y lo que no se enciende en la cabeza de Nadie es la felicidad de estar vivo porque la vida que le rodea no da ni un destello de eso que se llama felicidad. Todo es gris, aburrido; todo lo que le rodea está como sin ganas de estar, como un añadido torpe de lo que es el verdadero sentido de las cosas. El sentido de las cosas, piensa Nadie, es hacernos felices pero si esas cosas han perdido su brillo, su esplendor, ¿quién se lo devolverá? Y ya Nadie empieza a pensar que vive en un mundo oscuro como una caverna de la que no sabe si algún día saldrá.
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