He estado a Córdoba estos tres días de fin de semana por iniciativa de Eva. He montado por primera vez en el AVE, que es muy rápido y eficiente. He visto por segunda vez la Mezquita y me dejó asombrado tal edificio religioso. Pasear por Córdoba, en el plan en el que íbamos, despreocupados y ociosos, ha sido toda una delicia. Lo malo ha sido comer: caro, poco y malo. A veces, ha constituido un timo y un lío el mero acto de alimentarse. He llevado una libreta y he anotado en los ratos libres todo lo que hemos hecho y visto.
Una de las cosas que más me han gustado del viaje ha sido madrugar con un fin claro. He bajado a la estación el viernes pasado y ha sido como revivir los madrugones que me pegaba de profesor. Allí estaban los trabajadores en el andén que luego en el vagón se liaban a leer una novela hasta que llegaban a Atocha, allí estaba la noche que pronto iba a ser mañana, allí estaba el tren que chirriaba cuando frenaba para acoger viajeros, allí estaba, en mis labios, el cigarrito mañanero y el café de la cafetería de la estación, que sientan de miedo. Y allí estaba, como un recuerdo hecho carne, una profesora que estuvo de compañera mía en el instituto "Lázaro Cárdenas" de Villalba y que se hizo amiga de Eva y de mí. Estaba corrigiendo exámenes y dijo que estaba dando clases en un instituto de Coslada. Esta mujer es muy buena persona y nos dio palique hasta que llegó el tren, momento en que se separó de nosotros, quizás para seguir corrigiendo. Me dio su parabién por haberme concedido la administración mi pensión, dijo que en Coslada le estaban dando los alumnos mucha tabarra y que al año siguiente se jubilaba. Habló también de Granada, que lo encontró bonito y nos habló de las tapas generosas que ponen en en los bares de esa ciudad.
En el vagón dediqué 20 minutos a leer el "20 minutos" y llegamos a Atocha. Se me hizo cortísimo el viaje en el AVE. Todo lo demás lo dejé apuntado en una libreta que llevé conmigo.
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