Empieza la historia con un matrimonio que tienen un hijo. Mientras este crece, tienen una hija. La casa se empieza a parecer a un psiquiátrico desorganizado, donde la locura manda más que los sanadores. El niño empieza a berrear y se niega a obedecer a los padres. Lo triste es que el niño tiene sólo cuatro años. El niño quiere jugar a la hora de comer. Su hermanita también se apunta al desorden. El niño no come ni juega, la niña tampoco. Se dedican a desorganizarlo todo. La cara de impotencia de la madre parece que se va a caer al suelo. El padre ha empezado a tomar pastillas para poder dormir. El niño corre, se tira por los pasillos, se agarra al sofá con fuerza, llora, grita, se encara con los padres. La solución es la Supernanny, que acude en ayuda de estos padres desesperados. La supernanny pone en un cartel muy grande lo que hay que hacer en cada hora del día. Dice que el padre se ocupará de la niña y la madre se ocupará del niño. Cada vez que un niño de estos haga algo bien, pondrán un circulito rojo en un panel, a modo de puntuación.
La supernanny explica a los padres cómo deben dirigirse a los hijos: sin crispación, con autoridad, diciendo las normas y las órdenes a la cara de sus hijos, que tienden a la distracción. Cuando el niño pone la mesa por primera vez, lo hace llorando porque ve que ya no es el centro de atención, que está obedeciendo órdenes de sus padres, cosa que no hacía en muchos meses atrás. El niño come solo por primera vez en mucho tiempo y su hermanita está ya muy calmada.
La supernanny se pasa después de una semana a ver si han surtido efecto sus indicaciones. Comprueba que hay defectos en el trato que dan sus padres a los hijos. La supernanny dice que no debe haber ni una sola concesión a la voluntad caprichosa del hijo, que es el más peligroso. Los padres van aprendiendo, los hijos obedecen y hacen sus cosas solos. Ya no gritan, ya no desafían la autoridad de sus padres. La casa deja de ser un pequeño manicomio. Fin de la historia.
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