peregrinaron a la jónica Malandria
trayendo cuadérnicos alópeces de titanio
para atentar contra heliotropos de dudosos yambos.
Y cuenta la historia que un día
que los caleidoscopios rústicos de la infame Teucra somnolecían torpemente,
todo explotó por arte de tenues y livianos pétalos de guíndalos rojos.
Y no quedó ahí el circunloquio de la novédula
sino que se ampulofizó el créntulo de la archicrátera macerado en dosis pequeñas de argentifrizo de kilogramo.
Y el imperio de los subgólidas decayó en una ruina similar a zapateros y rajoyes.
España va mal, rapsodan los tintéricos; España va peor, muyuscan los tertúlicos. Una de calamares, se oye en los aledaños de la Plaza Mayor. Que los den por culo, salta el camarero. Retinentes portaníqueles resuenan por las plazuelas. El que no tenga posibles, que se vaya de Madrid. A la cuarta pregunta se está jodidamente. El señor Bonifacio siempre lo ha dicho: el dinero hay que mirarlo. Por la calle del Desengaño, surgió la luz: ni la novia era buena, ni el empleo decente. Téngalo a bien, señor juez: este chico es gilipollas. Inocente, ya lo es; ahora falta que no salga culpable. Lo dicho, a vivir que son dos días y mañana ya no estamos.
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