Si echaba la mirada un poco hacia atrás y adelante se veía a la familia muy desunida. De hecho, estas navidades sus miembros se habían visto casi de casualidad (y sin casi) en casa de los abuelos. O sea, que no había que creer ya más en la familia o eso le hacían pensar sus miembros. Había que creer en los abuelos, eso sí, porque eran los que daban un poco de cariño, los demás ni lo intentaban. Había aprendido mucho de los abuelos, pero muy poco de los otros miembros, que no daban ejemplo de nada. Había oído a su cuñado dar voces a su padre y eso no le gustaba. Había oído criticar sin reservas a su hermana de hechos no criticables. En fin, había visto muchos actos vituperables mientras sus padres mantenían la calma. Eso es lo que había visto. Por lo tanto, él hacía una excepción valiosa de la familia, que eran sus padres. En la familia que sobraba, había dejado de creer. Ya no eran ni un ejemplo ni un referente. A su casa no había venido nunca nadie de su familia. En ocasiones en que nos juntamos una vez los tíos y los sobrinos, él notó tal tensión en el ambiente que se creó que le sentó mal la paella que hizo la pareja de un sobrino. No nos hemos vuelto a juntar, menos mal. Sí invitó a su sobrino al Vips pero todo fue muy intranscendente. Hay un sobrino que llama semanalmente y lleva a su hijito a casa de los abuelos. Estos actos son muy loables (llamar y llevar al niño a que lo vean sus bisabuelos), pero de los demás ya no esperaba más que líos y broncas.
Un buen fuego no siempre sienta bien.
A veces la gente se sienta frente a la chimenea, pero no se entienden entre ellos.
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