Pasan caras cansadas cuando vengo de la compra. Aparecen ante mis ojos cuando voy por la acera. No son caras como para llevártelas a casa de recuerdo en una foto. Alguna que otra refleja una profunda angustia y me pregunto cuál será la causa de ese sufrimiento. Yo también he caminado por la ciudad con un careto que se me caía de pura tristeza. En estos momentos en que vengo del mercadona mi cara está relajada, noto sus músculos sin tensión alguna, lo que pasa es que me preocupo por cosas que no creo que son muy comunes, como mi falta de apetito literario, mi desorden vital en el que he entrado últimamente; en fin, nada que el común de los mortales no pudiera remediar con un par de cervezas ante un partido de fútbol.
Las cosas son así: lo que a uno le preocupa al otro le trae al pairo. O lo que uno resiste tranquilamente y tira para adelante al otro le hace polvo. Y lo que uno nunca ha pensado, es causa de ingreso psiquiátrico al que está mirando en la puerta de enfrente.
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