En la noche oscura, a los lados de la carretera
palpitan las luces y los corazones
que de bruces manchan con ideas a Dios.
El coche avanza con dos cuerpos dentro.
El aislamiento que procura ese cubículo móvil
procura también frases de procedencia gutural, cósmica y sincera.
Es tan íntima la noche que los cubre
y tan íntima la conversación que tintinea mientras llueve,
que las gotas del parabrisas bailan mientras las bocas dicen.
Al albur de los carteles que indican lugares los dos deciden
ir recorriendo las vías que transitan sus corazones
hasta acabar concluyendo
que la vida quizás, sólo quizás, es carretera de una sola dirección
y el corazón, a lo mejor, oscuro ente atravesado
por el dulzor y el pánico de saberse órgano,
la mejor manera de conducción.
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