Este era un hombre que se despertaba muy tarde, a las doce del mediodía y cuando se despertaba a esa hora pensaba que se le había escapado, como si de una pieza de caza se tratara, lo mejor del día. Entonces, por un instinto cinegético que se arraigó en él, pensó en descubrir y cazar el día en pleno alumbramiento; para ello, puso un amplificador conectado al despertador a las seis de la madrugada y el tremendo ruido que hizo no sólo le despertó a él sino a los niños y los adultos que había en todos los pisos donde vivía y acudieron todos a ver qué había pasado a su casa. Tuvo que dar mil explicaciones aunque ninguna apaciguó a los vecinos que creyeron que se había vuelto loco.
Entonces, para que no se le escapara el día y no hubiera tantos problemas se aplicó a sí mismo una corriente eléctrica que le despertaba sin ruidos pero con un mal humor grandísimo. Entonces, lo que le gustaba a este hombre es darse un largo paseo por la ciudad.
Lo que hay que anotar es que el primer día que madrugó este hombre le cayó encima una tromba de agua de la cual salió vivo de milagro por la malísima pulmonía que pescó.
El segundo día que madrugó, aparte del calambrazo de rigor, fue robado a mano armada en las penumbras de la madrugada.
El tercer día que madrugó, hacía un viento espeluznante que hizo desprenderse una teja por donde pasaba y le dio en plena cabeza.
Ya no quiso madrugar más pues vio que a esas horas aparecían para él todos los peligros del mundo.
Decidió vivir el día entero metido en la cama y sólo se levantó de ahí en adelante a comer. Y le fue bien pues sus máximas aspiraciones eran leer y escribir poemas, cosas que bien se pueden hacer metidito en cama.
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