Se jubiló. Lo celebró con un montón de gente que le quería. Sesenta años en "Quesería Gómez" no habían estado mal. Se compró un piso en la costa y se fue a vivir en él. Recordó sus tiempos con Ana, su mujer y sus hijos. El recuerdo le fue llenando, llenando y entonces decidió hacerse un horario. Un horario que le distrajese de sus pertinaces recuerdos. Un día, vio una receta pegada a un bote de tomate del supermercado y en la hora referida a "hacer la comida" de su horario personal, se empeñó en realizar esa receta.
Se trataba de unos garbanzos con repollo.
Metió en la olla nueva garbanzos puestos a remojo el día de antes, un repollo entero (pues no sabría qué hacer con medio repollo por ahí rodando), vinagre, pimienta negra, aceite y sal. Lo tapó y aquello empezó a soltar vapor. Había que dejarlo todo cocer por un cuarto de hora. Se limitó a fumarse un cigarro mientras tanto.
Pero la cocina empezó a llenarse de un denso vapor hasta formar unas nubecillas en el techo. El hombre empezó a sudar por efecto del calor que se desprendía del agujerito por donde se expansionaba el cocido y de forma gradual pero persistente, se formó un microclima en la cocina con un olor indefinido a legumbre y verdura ácidas hasta que todo ese gas oprimido estalló en forma de lluvia que le caló toda la ropa.
El jubilado no daba crédito a lo que estaba viviendo.
Al cuarto de hora apagó la olla empapado de una agua olor a caldo, la lluvia cesó, salió a la playa a secarse y después comió el cocido más rico de su vida. Después de la siesta incluida en el horario que se fabricó, se lo contó a un vecino pero no quiso creerle. Incluso añadió que el hombre se estaba volviendo chocho e inventor de embustes. A la tarde empezó a llover pero la lluvia no traía ese olor a cocimiento del mediodía.
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