Los pájaros chillan porque el frío les ha dado tregua. Quizás anuncien un adelanto de la primavera. El viento que azotaba las ramas de los árboles esta semana pasada se ha cansado y ha dejado de fustigar. Los comercios exhalan ese olor a vacío porque la gente no compra. Los primeros signos de recuperación económica sólo valen para rellenar titulares. El paro sigue castigando la nación. Pero los pájaros no dejan de chillar, de reunirse afanosamente para piar con estruendo. Hay familias desbordadas de las que no sabemos casi nada, sólo por referencias y por números. Hay lo que se dice pobres, pobres que miran con ojos hastiados la televisión y se angustian recontando su poco dinero. Es la gran crisis. La crisis de los bancos y de las casas y del pan y del paro.
Ayer sábado leí la historia de Agustín Moreto, el dramaturgo del Siglo de Oro. Se convirtió en cura y ayudó toda su vida a los pobres en tanto que escribía obras de teatro. ¿No fue más importante su labor cercana al pobre en esa época de crisis que su dedicación al teatro? El es famoso por sus obras literarias. Al final de su vida dio todo lo que tenía a los pobres. ¿Con que actividad se sentía mejor Moreto? No descuidemos la caridad que pueda haber en nuestros corazones y descuidemos un poco la vanidad de ser reconocidos.
La ayuda que demos aquí en la tierra es más valiosa que la fama perecedera.
Eso lo he pensado yo mucho pero no he hecho nada para ayudar a nadie.
Está mi caridad anestesiada. Los pájaros chillan y quizás no saben por qué lo hacen. La excitación de estar juntos les anima a expresar el gozo de saberse vivos. Ojalá ocurriera así con el ser humano: que nos liáramos a dar voces por la alegría de estar unidos en la desgracia. La desgracia de estar vivos.
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