Hoy he batido mi récord de estancia en la cama. A las once y media me he levantado a mear y me he vuelto a tumbar entre la dulce suavidad de las sábanas. Entonces, el tiempo ha debido discurrir muy deprisa pues en un par de sueños apenas atisbados y unas vueltas ajustando la cabeza a la almohada, me han dado las dos menos diez. Me he asustado al ver esa señal en el reloj. Me he vestido, he tomado miel con limón y me he echado un cigarrillo en la calle. Después he subido a la casa de mis padres a comer un puñado de potaje. La verdad es que me he asustado y pediré a mi médica que me ajuste la medicación pues no puedo levantarme tan tarde. Lo de esta mañana ha sido el colmo de la desfachatez de las horas idas en la cama. Da la sensación, ya en la calle, de que la gente se ha desesperezado de los días de frío y se ha puesto unas ropas más ligeras, más insinuantes para el sexo opuesto como si se tratara de ajustarse a una primavera anticipada. Las blusas de colores han impuesto una marcha nupcial cromática y suave del buen tiempo con el humor de las féminas.
Mañana me voy a Córdoba. Espero pasarlo bien. Voy con mi novia y con mi hermano en el Ave.
Ayer noche estuve dándole vueltas a personajes y situaciones de mi novela y tardé mucho en dormirme. Puede que de ese insomnio literario haya surgido esta tardanza en el despertar esta mañana. A ver si pongo por escrito tantas ocurrencias narrativas y se me quita de la cabeza tanto imaginar unas cosas y otras. Hay un personaje al que doy mil vueltas y considero desde más de un espejo hasta que acabo narrando mentalmente sus aventuras y me tiene frito porque va pareciendo una tortura el ir inventando sus aventuras hasta que me dan las tantas.
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