Los gorriones no emigran. Pasan calor y sed en verano y frío y hambre en invierno si no fuera por aquellas ancianitas bondadosas que les surten de pan y agua. Los gorriones son, por lo tanto, estoicos, muy estoicos. Podrían dar lecciones a Epícteto, a Marco Aurelio y al mismísimo Séneca. Cito estos nombres pero me temo que son desconocidos para la mayoría de mis lectores pues no los han leído, solo los conocen de nombre (conocidos, no amigos). Me cabe una duda si de gorrión viene la palabra "gorrón". Es muy posible, ya que los gorriones son muy gorrones, chupópteros, pegadizos, adobados, pedigüeños. No les queda otra que mendigar al hombre, que es el ser más poderoso que hay por la Tierra y se sienta en un terraza y parece un basilisco de orgullo y preponderancia (tráeme una de bravas y un botellín y para la niña, una Fanta y tú qué quieres, gilipollas. Siempre estás haciendo el tonto, Borja, cómo hay que decírtelo. ¿Os imagináis un mundo sin gorriones? Yo no. Los llevo en los ojos y en mi alma casi. No son atractivos los gorriones, como lo son un jilguero o un periquito, pero son estoicos y no nos abandonan. Ni Marco Aurelio les gana en austeridad y fuerza para soportar males.
Ya lo decía uno: hay que aprender hasta de la brizna de una hierba.
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