Estos días de atrás hubo en Majadahonda mucho movimiento de coches, mucho alboroto de ir y venir de la gente: barruntaban el puente. Menudo puente. Todo el mundo menos Paco y yo y otras excepciones tristes, tiene plan para escaparse del trabajo en la dichosa ciudad. Ayer, Paco y yo íbamos a ir a Fresnedillas; luego, cambiamos de opinión y nos dirigimos a Móstoles; más tarde, cambiamos de opinión otra vez y nos dirigimos a Pozuelo, ciudad que dice Paco que es muy aburrida, donde no hay más que avenidas. Tomamos algo en Viena Capellanes de la avenida de Europa y paseamos por allí un poco y nos vinimos. La culpa la tuvo la opinión, que es muy veleidosa, como dice Marco Aurelio. No hay que tener opinión, sino certezas en la vida. Luego, compramos leche, manzanas y yogures, la base de nuestras cenas. Nos metimos en casa y ya no salimos en toda la tarde. Nos aburrimos otro poco viendo la tele, charlando de cosas insustanciales o tumbándonos en la cama a meditar. Meditar es la forma de dar al pensamiento un entretenimiento vago y difuso, pero que calma la mente. Después, nos acostamos y hoy hemos amanecido muy tarde, mucho después de que la aurora ya acariciaba los cánticos de los pajarillos, cuando la gente se despertaba para ir al trabajo, cuando incluso la ama de casa había hecho la compra.
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