Quizás haya que esperar a que llegue septiembre, se caigan las hojas, se vengue este mes del mes de agosto en que no queda nadie, en que todo se detiene, en que no funciona nada. En septiembre vuelven, como vuelven las golondrinas por junio, toda la gente al trabajo y parece que todo funciona otra vez y la sensación de calma es grande porque todo se normaliza, todo va por su paso, se acaban las vacaciones, los chapuzones, las aventuras veraniegas.
Septiembre es como un tobogán al que somos arrojados todos los que hemos vivido el verano felices o tristes. Yo he tenido un amago de tristeza en agosto por tantos días aburridos sin saber dónde ir, con quién hablar. La gente me parecía de trapo; la vida, un sinsentido pero no amargo sino hecho de aire, de algo insustancial, de humo de cigarrillo encendido sin motivo. Casi me fundo yo en el humo de lo inconsistente cuando me viene una depresión leve a la mente, me empiezo a preocupar, a verlo todo negro, a caer en una desesperación que yo solo sabía. Pero me recuperé no sé cómo, con la llegada de mis padres y ya soy un poco feliz. Desocupado, sí, pero no triste. Voy a hacer planes para septiembre y me apuntaré a algo, lo que sea, para estar ocupado y lleno de emoción.
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