La vida dedicada al estudio para mí tiene un gran valor. Y los que se expresan con claridad en su lengua y no digamos en alguna más, tienen un mérito notorio.
Un escritor llamado Juan Antonio Zúñiga ha aprendido el ruso, el búlgaro y otras lenguas eslavas sin moverse de su piso de Madrid por el amor a un escritor llamado Turgueniev.
Aparte de que a mí no me gustan sus cuentos, veo de gran valía que un hombre haya creado un mundo sentado en una silla, escribiendo folios.
No ha hecho daño a nadie y además ha entretenido a multitud de personas con las historias que ha narrado.
Cuando uno escribe, busca la atención del lector, el gusto por la palabra, la perfección en lo expresado para que la narración goce de la idea de lo coherente, lo interesante y haya cabida para el asombro en la fábula expuesta.
Hay un refrán birmano que dice: templa las cuerdas del arpa, ni muy flojas ni muy tensas.
Yo interpreto este refrán así: llega a todos con tu arte.
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