El ambiente veraniego no iba con ella. Salía con el sol a buscar el pan para su hijo. Iba a los grandes chalets, a limpiarlos por un dinero. Dejaba a su hijo con su madre. Su novio no quiso saber nada de su embarazo y ella no quiso abortar. Carlitos, su hijo, parecía como si se diera cuenta de las dificultades que pasaba su madre y era obediente como él solo y se podía tirar la tarde entera jugando con un cubo, ensimismado, callado, quieto.
Cuando volvía de limpiar chalets, la abuela le entregaba al nieto, a Carlitos, que siempre estaba muy callado. "¿Le pasará algo?", se preguntaba la madre soltera y le miraba con atención de madre.
Carlitos creció andando por el barrio con la mirada atenta. Se colocó de motero llevando pizzas y se recorrió la ciudad con ella mientras las familias veían un partido muy importante de fútbol en casa.
A Carlitos le daba igual el fútbol, le daba igual casi todo, nunca discutía de nada. Eso de no tener padre le fue dando una serenidad de espíritu y un amor grande por la madre.
La madre le vio crecido siendo ella muy joven todavía. Se hizo cartera pues pensó que no iba a estar limpiando casas toda la vida.
Carlitos pasea atentamente su mirada por el barrio. Ve cosas que no le gustan pero nunca discute. Nunca discute.
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