No me gusta la gente misteriosa, esa a la que preguntas: ¿Qué tal te ha ido en Barcelona? Y dice: bien. Y no da detalles. Son gente rara que no habla, que todo lo oculta. Aunque dicen que en boca cerrada no entran moscas, tener una actitud demasiado hermética fomenta la desconfianza de los que callan y de los que no saben. Pero bueno, hay gente así por la vida, que van a Valencia y nadie sabe que han ido a Valencia y lo que han hecho allí aunque todo el mundo sabe qué han hecho allí: lo mismo que todos los que van a Valencia. En realidad lo que ocultan es lo que todos sabemos de antemano, antes de que vayan a Valencia. Lo que pasa es que hay gente que teme la envidia de la otra gente que no va a Valencia o que temen que los demás los acusen de derrochadores por ir a Valencia cuando, en realidad, a los demás ya les importa un pito que sean derrochadores y gasten en viajes lo que no tienen, ya no es una novedad y aún así, siguen ocultando sus hechos. O a lo mejor, son muy católicos y pecan y, no diciendo el pecado, nadie sospecha que son pecadores. Hay gente muy ocultadora, desconfiada quizás por las experiencias que tuvieron de niños con algún padre problemático al que había que ocultar sus desviaciones y así, ellos han aprendido a ocultar el más mínimo hecho que hacen, casi no dicen que han ido a mear o a dar un paseo con su madre, hasta ese punto llega su hermetismo. Todos estos misterios se vuelven contra ellos porque los demás no saben a qué carta quedarse con ellos: ¿son pecadores, son derrochadores, han tenido una infancia chusca, no quieren recibir envidia de los demás? No lo sabemos. Solo sabemos que cuando se mueran no lo sabremos por ellos, ya que estarán muertos. Lo sabremos por un tercero y asistiremos a su entierro si no es mucha indiscreción. Quizás tengamos que preguntar: ¿es fulano el que está en la caja?
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