Me he dado cuenta de que estamos todos de los nervios. Unos más, unos menos, los problemas que hay en el mundo nos han afectado a la cabeza. La angustia nos entrelaza entre sus brazos como una novia; el suplicio de vivir nos arruina el ánimo. Pero hay que seguir luchando. No queda otra. Tenemos que vivir aunque sea mordiéndonos las uñas y los labios y seguir y seguir. Dios nos ha puesto en el mundo no para que reneguemos de él sino para que le encontremos un sentido aunque sea en el sufrimiento. Ya decía un filósofo francés que el sufrimiento aviva el ingenio de manera que encontramos la salida del gris laberinto con la imaginación más agudizada. Los males que nos trae la llamada civilización (que no deja de ser una merienda de negros, un negociete), hace que desarrollemos un instinto de supervivencia que haga que salgamos adelante. Esto vale para los enfermos, para los cuidadores de esos enfermos, para los que económicamente se vuelven locos para hacer las cuentas, los que tienen hijos que les roban la vida, etc. Hay que vivir; por eso estamos en la vida. Hay que luchar porque la vida es lucha. Y hay que dejar, en estas tardes tan desastradas, un resquicio al chiste y a la sonrisa.
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