Me he dado un paseo por la ciudad, ciudad inundada por gente con el móvil a la oreja, entre las manos, tecleando cansinamente unas claves que solo entienden unos pocos. El móvil potencia por mil una forma de comunicarse muy especial, pero no potencia el cara a cara, la conversación tranquila, pausada y amable. He visto a un hombre en una furgoneta conduciendo y con el móvil. ¿No es una furgoneta un vehículo peligroso si perdemos atención a su conducción? He visto un tipo tecleando y su hijo aburrido un poco más allá. ¿Acaso no es mejor atender a un hijo que a los mensajitos de unos y de otros? Hoy en día el móvil, el Facebook, el Tinder son los diablos que conducen a la gente al berrinche, al malhumor y a la mala ostia, todo por un dime o un direte que pongamos en el móvil. Hoy, sin ir más lejos, no me he enterado de una discusión porque yo no estaba en un grupo de wasap. Me ha molestado estar de más allí, en una conversación absurda de unos y de otros, así que me he largado. Pero la sensación es que todo el mundo se vuelve loco con las orqueterías que orquesta la mierda del móvil.
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