Esta era una mujer que se aburría. Miraba constantemente al reloj de su muñeca y veía que el tiempo pasaba mortalmente lento y pesado. Se preguntó que haría para matar el tiempo de manera práctica y entretenida. Se puso a leer novelas negras. Muchas novelas negras. Como siempre pillaban al criminal, pensó en matar a su marido sin que la pillaran. Así no se aburriría. Entonces, en vez de mirar constantemente el reloj a ver cómo pasaban los minutos, empezó a espiar detenidamente lo que hacía su marido en casa y fuera de ella. En casa, su marido desayunaba una magdalena con un café con leche por las mañanas, daba un beso a su única hija, decía adiós y se marchaba a trabajar en una fábrica. La mujer de este hombre, que se aburría mortalmente, se echó de amante a un compañero de fábrica de su marido y le acosó a preguntas sobre lo que se hacía en la fábrica. Este amante le contestó que su marido ponía tornillos o encajaba espejos retrovisores en los coches en la cadena de montaje. "Qué aburrimiento", pensó la mujer. Y, sin embargo, su marido estaba feliz, no sufría, como ella, de un aburrimiento mortal. Por la tarde, su marido, al entrar en casa, daba un beso a su hija y se sentaba en el sofá a oír a un locutor que hablaba de fútbol todo el rato. Luego se iba a dar un paseo el solo (ella averiguó que iba a un bar a seguir hablando de fútbol), volvía, daba otro beso a su hija, cenaba y se acostaba. ¿Cuándo podría matarlo y se notara poco? Envenenándolo, pensó. Y le envenenó. Estuvo entretenidísima mirando en libros que forraba de papel de periódico para que no se leyera, por ejemplo: "Los venenos más peligrosos" o "Los venenos de la Edad Media". Tanto supo de venenos al cabo de un tiempo que dio con la fórmula: no importa el veneno, sino la dosis. Y así, la magdalena de por las mañanas fue la depositaria de un venenito pequeñísimo que fue matando al marido. Esta mujer estudió los síntomas del veneno en el cuerpo de su marido hasta que llegó un día que, roncando en el sofá, expiró. Los médicos lo achacaron al colesterol alto. Y no la pillaron. Y su aburrimiento volvió así que eligió a su amante para probar otra forma de matar. Y volvió a estudiar en libros y le mató. Nadie sospechó de ella. Excepto un inspector de policía que se aburría mortalmente que uniendo cabos, logró dar con la culpable.
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