Cada uno de nosotros estamos atrapados en nuestro presente. Podemos maquillar ese presente con lecturas de libros que nos transporten a otros mundos más bonitos que el aquí y el ahora pero seguiremos en esta casa, en este sillón, viendo esta tele de mierda.
A mí me gustaría irme al mar, ver el mar pero no sé por qué no voy. La vida se repite una vez más como las capas de una cebolla muy pequeña.
Me angustia pensar que el lunes será como el martes y el martes como cualquier otro día. La rutina no tiene fin.
No hago cosas extraordinarias, no me divierto, no me rio de nada. Mi horizonte vital es tan cercano que solo llega hasta el supermercado.
He leído en el periódico sobre las acusaciones de violaciones, sobre un académico, sobre un revolucionario. Pero todo es igual. Todo es para redundar en lo mismo. Si no fuera por los estudios, por mis novelas, por lo que intento, no me costaría decir adiós a este mundo aburrido.
Es cuestión de coger un autobús en primavera, ver el mar fosforescer en una madrugada intensa y venirme con esa imagen en la retina.
Yo escribo novelas pero no sé por qué las escribo. No tengo un público lector. Todo lo que hago no vale para nada.
Solo deseo andar por las tardes a la ciudad cercana y envolver mis pasos con la rumia de mis ideas tristes.
Si la rutina te aplasta, es que eres uno de ellos.
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