No sé por qué el otro cada vez nos parece más extraño. Decía Sartre, ese filósofo que apoyaba igual una huelga que al régimen de Stalin, que el problema es el otro. No sé en qué sentido lo decía porque no he leído su filosofía. No sé por qué coño el problema es el otro y no uno mismo. Pero el otro es cada vez más extraño: puede ser de una tendencia política extraña o por lo menos diversa, ya no hay solo progresistas y conservadores, hay partidos morados, naranjas, etc; pueden gustarle los animales a tal extremo de matar a un hombre o a una mujer si pega una patada a su perro; puede no gustarle el azúcar u odiar el azúcar porque el médico le ha detectado diabetes alta en la sangre; puede ser un psicópata, ahora hay muchos; puede ser terrorista o pederasta o feminista a ultranza (aunque sea hombre); puede ser tan de izquierdas que solo cree en la revolución con una fuerza que le hará dar gritos en una terraza en una reunión de amigos; incluso puede ser tu enemigo acérrimo. Así que cuantos más puntos de desencuentro tengan los seres humanos, menos nos daremos a conocer y así los poderosos se frotan las manos diciendo: mira qué tontos, desuniéndose indefinidamente hasta parecer extraños los unos con los otros. Con lo que nos queremos nosotros los que mandamos. Qué pena. Me echaré un cigarrillo a ver.
Cuanto más haya para elegir, más consumiremos, más raros nos haremos.
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