La sensación que tengo estos días es de laxitud, de que da lo mismo ir que venir, comer de mala manera, perder el tiempo de cualquier forma, no escribir la novela ya sea por el calor reinante o por el modo de pasar el verano, que debe ablandar los cuerpos y los sesos. Se ha muerto Javier Krahe, un poeta muy bueno, del que yo compré algunos discos en su día. Quedará su memoria en sus canciones. Murió en Zahara de los Atunes. Quizás no se lo montara mal del todo. Ayer tomé café con leche a media tarde y por la noche no pegaba ojo. No lo vuelvo a hacer. Lope de Vega llegó a ordenarse cura pero sin dejar de disfrutar de las mujeres. Luego se lamentaba de que pecaba contra Dios. Tengo los apuntes de la oposición metidos en un trastero cogiendo polvo. Los debo recuperar para leerlos pues tenían gran información de todo tipo. Un día de estos, los cojo todos y me los traigo a casa. Dijo Krahe: toda la vida soñando con la gloria de Cervantes y me he quedado en la glorieta de Quevedo. Así nos pasa mucho a los escritores que nos hemos de frustrar, que vivimos frustrados arrumbados en una glorieta pequeña, como la de Quevedo o la de Atocha que tanto da.
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