Había un hombre que recorría la ciudad todas las noches antes de acostarse. Seguía diferentes itinerarios para encontrarse así con los diversos elementos arquitectónicos y ornamentales y humanos de esa ciudad. Una noche se encontró con un amigo que no veía hacía mucho tiempo. Tuvieron una conversación cortés y se despidieron y este hombre siguió su carrera nocturna. Otra noche se encontró con un antiguo amor que el paso de los años no había logrado quitarle su gracia y belleza. Tuvieron una conversación cortés y nuestro hombre siguió su camino. Otra noche, un joven avejentado y sucio le dijo a este señor: "tío, tío". Se veía que el joven andaba un poco desastrado por la vida. Nuestro hombre le respondió: "Yo no tengo sobrinos". "Es usted mi tío", dijo el joven algo desesperado. El hombre miró al joven y creyó reconocer a alguien en esa cara llena de vicio pero volvió a repetir: "Yo no tengo ningún sobrino" y empezó andar, sobrepasando al joven y disfrutó al poco de la belleza del paisaje urbano. Pensó: "Sobrinitos a mí con la edad que tengo. El último sobrino que vi lo vi hecho un chulo, olvidado por completo de mí. Quieren ahora que me acuerde de sobrino alguno. Poco se han acordado de este viejo en su vida y ahora vienen con peticiones. Coño, ahora que pienso. ¡Yo soy hijo único!
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