Estaba yo en duda si quedarme en la ciudad o irme al pueblo (cruzar una montaña, el Alto del León) y al final me decidí por irme de este calor apabullante que me tenía preso en casa. Allí, en el pueblo seguiría con la lectura de "Fiesta" de Hemingway o de "Yo el supremo" de Roa Bastos (lectura difícil por cierto) y quizás, ya fuera en bici o en coche ir hasta la piscina más próxima a darme unos chapuzones. Como a mi novia no le molesta que me vaya, pues me iré y volveré el domingo Dios mediante.
Bajo los soportales hay unos chicos que hablan de cosas de drogas, de alcohol ingerido en su última fiesta cutre de botellón. Ríen al recordar cómo uno se bebió tal mejunje de licor y las tonterías que hizo a continuación (algún empujón, alguna salida de tono, alguna vomitona, etc). Luego pasa por allí Miejas, un señor que enlaza coplas de todos los tipos, antiguas las más y que hay que escuchar por ser persona mayor a la que se debe un respeto. La emigración a Francia es la que más huella le ha dejado y recuerda los ríos enormes y los trabajos en aquellas ciudades del Norte de hace tiempo. Luego sigo leyendo y me enredo en las páginas que cuentan la vida de un dictador del Paraguay, contada muy cultamente.
Si te cansas de la ciudad, vete a un pueblo.
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